martes, 21 de septiembre de 2010

AAAAAAAAAAAAAAAAAAAA dije



Mientras la miraba desde la otra punta del salón, hacia girar su collar, y movía sus manos nerviosamente. La joven que había ingresado recientemente a su curso en el colegio le producía no mariposas, sino halcones, cóndores en el estómago. Mas nunca había hablado con ella, pero sabía lo que le comentaban sus amistades, y por lo que imaginaba, era un ser casi perfecto. Su físico, para tener la edad que tenía, era increíble desde cualquier punto de vista. Era muy madura y buena mina, según le habían dicho, lo cuál era un plus, ya que lo que la idea de “mujer de sueños” de él, debía ser, en parte, madura, pero a la vez copada.
Sí, se había decidido. Iba a confrontarla, y decirle lo que sentía por ella. En el peor de los casos, la joven le diría que no. O quizás fuera peor… Quizás le gritara enfrente de todos, se reiría de él, lo señalaría, y luego sus compañeros lo golpearían por haber sido tan estúpido. Temblando un poco, volvió a su asiento ¿Las mujeres podían ser tan despiadadas? Quizás sí, aunque no a ésta edad, decidió él. Una gota fría de sudor le cayó desde la frente.
Se levantó nuevamente, ésta vez con un fuerte ímpetu, y empezó a caminar hacia donde estaba ella. Pero… ¿Y si lo que le habían dicho sus amigos era mentira? ¿Y sin en realidad era una perra sin sentimientos? Volvió sobre sus pasos y se sentó con amargura. Se maldijo a sí mismo, y ahogó un grito de desesperación. Se encerró de nuevo en su imaginación, y recapacitó. Otra vez. Si lo habían engañado, tendría tiempo de vengarse. Además necesitaba cultivar sus propias experiencias en el campo femenino, y por algún lado debía empezar. Vamos, se dijo. La observó para darse coraje. Ella estaba sentada, leyendo un libro que no alcanzaba a reconocer. Seguramente sería algún libro para gente culta. Ella lo era.
El joven se levantó por tercera vez, todavía no muy seguro de qué iba a decirle cuando la tuviera delante. Con un rejunte de sentimientos, y con más titubeo que antes, empezó a mover fláccidamente sus pies. Se obligó a parecer más seguro de sí mismo. La frente en alto, la cara que tanto había practicado de “chico genial”, y dentro de su mente sonaban canciones que le agradaban, para tranquilizarlo.
Estaba a pocos pasos de la mujer de sus sueños, cuando sucedió algo que jamás sería capaz de olvidar, algo que lo torturaría diariamente durante el resto de su existencia, el disparador para una vida de terapia, antidepresivos, y horror: se tropezó.

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