jueves, 14 de julio de 2011


A ella los temas esotéricos le provocaban cierto rechazo. Le costaba creer en fantasmas, en apariciones. Ni siquiera creía en las abducciones. Y por supuesto, no creía en dios. A veces, tristemente, no creía tampoco en el amor…

Independiente, fuerte, segura. Podía considerarse tranquilamente una mujer exitosa. Laboralmente.

Un día de esos en los que el clima se pone esquizofrénico, y se altera constantemente a sí mismo (mucho frío a la mañana, mucho calor a la tarde, lluvia por la noche, por ejemplo), un día de esos, ella se levantó a las 7 como todas las mañanas, y pensó: “me cago, hoy me cago en la rutina”. Así, porque sí.

Se dirigió al trabajo, como siempre. Espero ansiosa la hora del almuerzo, que ese día llegó más tarde que cualquier otro. Y salió.

Empezó a caminar, ya sabía dónde quería ir. Fue, muy segura, hasta el puestito del viejito ese que te tira las cartas, ahí a dos cuadras del laburo. El viejo ese era ciego, según le habían comentado. Pero él decía que no importaba, porque lo realmente importante, lo podía seguir viendo. Ella, claro, no entendió.

Se sentó, y lo saludó. El viejo hizo un ademán, y del mazo de cartas que tenía a su derecha, tomó y tiró una dada vuelta. La soledad.

-Así que sos una mujer solitaria

-Ni me conocés, viejo, no me hables a mí, de mi misma.

El viejo soltó una risita por lo bajo, y tiró otra carta dada vuelta. El pagano.

-Ah, y veo que aparte no te considerás parte del rebaño del señor

-Me cansé de escuchar estupideces, fue una mala idea esto. ¿Cuánto le debo?

-¿Acaso no creés que puedo ver realmente el futuro?

-No. Lo que creo realmente, es que esto es una estafa. Y que usted es un estafador.

-Ja, ja, ja, mujer, no sabés lo que estás diciendo. Y le digo más…

-¿Qué?, a ver, ¿qué?

-¿Le gustaría poner a prueba mis habilidades?

-Seguro.

-Mañana. A la una y veintitrés de la tarde, en esta misma esquina, va a haber un accidente automovilístico. Compruébelo usted misma.

“Mañana lo comprobaré”, dijo ella y se fue. El resto el día no sufrió ninguna alteración, todo siguió de acuerdo a la rutina.

Una vez más, se levantó a las 7, se preparó y se fue al trabajo. A la una y cuarto pidió permiso para retirarse diez minutos antes, y salió para la esquina del viejo.

Llegó, se paró en esa esquina (el viejo no estaba, por supuesto), y comenzó a mirar alternadamente: el cruce de dos avenidas, del lado derecho, y una salida de autopista, del lado izquierdo. “A ver de qué lado se produce el accidente, viejo del orto”, pensó ácidamente.

Del lado derecho, un chirrido agudo: una frenada desesperada. Habían chocado en el cruce. Uno de los autos salió impulsado para un costado, y chocó contra una pared. El otro auto, girando como un trompo, imparable, salió dirigido directamente hacia la esquina del viejo, el que tira las cartas.

Finalmente el viejo tenía razón, no necesitaba los ojos para ver lo que en verdad necesitaba ver. Y ella, tristemente, lo comprobó.

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A ver quién habla de mi.